Los años pasaron entonces
lejos del recuerdo.
Sonríe en la fotografía
otro que no soy yo,
y me detengo absorto
contemplando aquel paisaje
ya abrasado por el tiempo.
Nada queda de esos días,
del mirar eterno hacia
el horizonte,
hallando caminos vírgenes
que mi mirada exploraba,
bajo el destello
de una inocencia enfurecida.
No reconoce su pasado
aquel hombre que fue niño,
aquel poeta callado que aprendió
a dialogar con las sombras
y a habitar los jardines difuntos
de su propia memoria.
Porque todo instante es la presencia
de lo definitivo, sé ahora cuantas conquistas
han de sumarse a lo perdido.
El niño que juega en las alamedas
no sabe que soy yo quien le escribe.
Aunque ahora me mira, me tiende su mano,
pero su rostro,
ya ha desaparecido.
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