domingo, 10 de octubre de 2010

Destino

…y el naufragar me es dulce en este mar.
Giacomo Leopardi




Aquel que eligió el más transitado de los caminos,
comprendió después que siempre se regresa al encuentro
con la propia soledad.

Aquella soledad que le aferraba y de la que no podía desprenderse.
Pero esa soledad – él no lo sabía- la necesitaba, e incluso la deseaba.

Más tarde supo de lo desconocido,
abarcó –en su silencio- los enigmas de la existencia,
mientras callaba su cuerpo dolido
y ardía su alma en el placer de la certeza.

Fue al encuentro de lo invisible,
quiso hablar con las sombras futuras,
decidió recorrer la línea del viento
tras el suspiro ante un atardecer inmenso.
Y no halló más que palabras difuntas,
gestos hirientes, verdades atrapadas
en el candor de un instante desvanecido.

Pensó: ‘La realidad fue espejo y su cuerpo
apariencia extraña de lo visible.’

Después escribió, buscando al verso: ‘Su cuerpo, el reflejo de quien le observa,
es otro, ninguno, es todo o nadie.
Somos a los ojos del otro, una realidad distinta,
una ficción que nos proyecta en débiles quimeras,
en cenizas que aguardan al viento
y caen como materia esparcida sin destino alguno.’


Ahora esperas el comienzo. Tan tarde, tan cansado.

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