sábado, 9 de octubre de 2010

Coches de juguete

Juraría que fue cuando yo tenía quince años,
las amapolas exhalaban su aroma perturbador
 y nosotros, como dos gotas de deseo, nos mirábamos,
sin comprender todavía el ruido que el amor desprende
de dos cuerpos entregados a la pasión, repletos
de violento y dulce ímpetu adolescente.

Tus cálidas mejillas amparaban mis labios
en la noche sagrada y erótica del rito
y los arcos vivos de tus senos alumbraban
impuestos ante mí:
como fieles simetrías del placer
en que yo era perdido.
Y fue colmándose de cantos
la noche ancestral de nuestra unión.

Y partimos de la adolescencia
como dos héroes sin destino,
apabullados de vida,
perdidos en ella
apasionadamente.

Ahora no soy más que la sombra
de ese adolescente,
el niño se pierde
en la memoria
triste y cotidiana
de los días.

Ojalá hubiera seguido jugando
con mis alegres y veloces
coches de juguete.

Ojalá la vida hubiese sido menos seria.
Herido me amparo en la noche perpetua
a un rostro perdido, manantial de felicidad,
que solloza hoy en su eterna putrefacción.

Con qué serena impavidez te recuerdo,
con qué amarga ebriedad intento olvidarte,
con qué horrible nocturnidad te persigo.

Y ya nunca amanece.

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