Yo te miré despacio y con dulzura,
tú me devolviste la mirada
y con ella la vida.
Mi corazón parecía querer salir de mi
pecho
para unirse con el tuyo
entre el calor de los silencios.
Imaginé tomar tu mano suavemente.
Entretanto las olas de la playa
marcaban el ritmo
de nuestra interminable canción de
enamorados.
Entramos juntos en el mar, de nuevo a
la vida,
al movimiento de las almas, al fluir
de las aguas
sobre los cuerpos inundados.
Yo buscaba tu mirada de nuevo, ese
gesto tuyo que
-como estrella fugaz- hacía detenerse
infinito el instante.
Y llegó, aconteció el soplo de
encuentro iluminado.
Por unos segundos nos quedamos así
para siempre,
en medio de la más completa eternidad.
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