El amor fue
un gesto, señal cómplice que daba comienzo
a un suspiro
sin tiempo. Fue un instante, una caricia del viento,
una mirada
entreabierta arribando del cielo, igualada
a su origen
sin verbo. Fue todo lo soñado, la armonía abrazada
llegando,
llegando sin irse, al hogar encumbrado, al todo inmenso
horizonte de
huellas hermanas. Todo fue uno, uno y diverso
en su cumbre
labrada, en su explosión de silencio. Uno con todo
amándose,
viéndose sentir y siendo, en la visión sin sombras,
en el
torbellino de las flores hermosas, en la celebración del éxtasis,
en el tú y
yo desapareciendo, en el ir y venir de lo inmensamente quieto.
Subir tan alto
es no llegar, no haber sido. Morir, olvidar, ser eterno.